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miércoles, 6 de marzo de 2013

El día después



Chávez ha muerto.



No lo digo como una noticia, no lo escribo para que se enteren, ¿quién en este planeta no sabe que él está muerto?, me lo repito a mí misma, sí está muerto, sí, lo dijeron.


Después de meses viviendo en el país de los cuento, del “me dijo una amiga que trabaja en el Hospital Militar…”, “me dijo un amigo que trabaja con la esposa de la mano derecha del que trabaja en…” lo que muchos de nosotros creíamos como certeza desde hace un buen tiempo se confirmó a través de un Nicolás Maduro perdido en esas líneas que ha tenido que recitar: está muerto.


Ayer cuando recibimos la noticia en la oficina, nos miramos a las caras y corrimos a las salidas. Cada quién pensó en lo mismo: llegar a casa lo antes posible. Los centros comerciales y tiendas cerraron, como por arte de magia los cajeros se llenaron colas de personas y el metro dejó de funcionar. “No vengas a casa que están saliendo chavistas en motos lanzando tiros al aire” me telefoneó mi mamá, “vente a mi casa que queda más cerca” me dijo mi hermana; pero ¿cómo?, las líneas se congestionaron, la gente corría en una vorágine de temor, ansiedad y expectación. La llamada a mi jefa (única llamada que pudo exitosamente salir de mi línea) fue el salvavidas y ella, que tiene el corazón más grande del planeta, se desvió de su camino para buscarme.    


Tienes que ser venezolano para entender el clima que se vive en el país, para saber qué significa realmente que Chávez no esté más, entender qué es para el venezolano común el conjugar en pasado todo lo que tiene que ver con el que fue por más de una década el presidente de Venezuela.


Que murió hace mucho, que murió anoche, que me reuní con él cinco horas, que hablamos por diferentes vías escritas (no, no es un error lo de ”diferentes vías escritas”), que lo veo fuerte, que está batallando, que tuiteó… tantas versiones contradictorias entre sí, inverosímiles y sin sentido que, por ahora, no quiero de tratar de explicar, de cuestionar, es que… está muerto… ya lo sabemos, no hay manera de bajarle la luz a esa noticia encandiladora.


¿Me siento triste? No, ¿me siento feliz? No. El hombre que (mal) gobernó mi país desde que tenía 13 años ha muerto y todavía no pierdo la capacidad de asombro.


Nos ha afectado y las caras que vi en el metro hoy: las de unos tostadas por el Sol e hinchadas por el llanto, las de los otros tratando de no ver a aquellos y hablando en voz baja; me confirman que él está muerto, pero que tal vez esto no ha terminado…